Uno de las principales variables de un mundo de fantasía son las razas. Están especialmente explotadas en este género, al igual que en la ciencia ficción, porque permiten fácilmente la asimilación de “mecanismos no humanos”, por decirlo de alguna manera, atribuibles a una raza que no es la misma que la nuestra, con una justificación sencilla: en ese mundo, las cosas funcionan así. Quizás este elemento sea lo que realmente fusiona la fantasía y la ciencia ficción, y, aunque es algo que no todos los escritores usan, yo quería crear mi propia experiencia con las razas.
Quería, en primer lugar, que las razas no fueran los estereotipos marcados por el Señor de los Anillos o la mitología nórdica en general: quería que fuesen similares, pero que a su vez variaran determinados aspectos. Por ejemplo, no quería que los elfos fuesen una raza prácticamente de “humanos con el pelo largo y caras pálidas y limpias”, por decirlo de una forma rápida. Quería que todas mis razas tuvieran sus luces y sus sombras.
Si bien el desarrollo de cada raza es algo que quiero explotar en los libros que estoy escribiendo, quiero explicar aquí algunas pautas de por qué he tomado esas decisiones.
En primer lugar, la decisión más controvertida que he tomado es la raza de los magos. Y fundamentalmente voy a hablar de ella, ya que en mi primera novela es la que desarrollo desde el principio y está escrita por uno de los suyos. Sin embargo, no entraré en los matices reales de su forma física, puesto que quiero que dichos matices, valga la redundancia, se descubran en el libro.
Es un aspecto controvertido porque en la mayoría de libros que he leído, la magia es una cualidad de todas las razas, y no lo que esencialmente define a una de ellas. De hecho, en el único libro en el que sucede eso, aunque no a gran escala, es a Harry Potter (que yo haya leído, me refiero). Pero yo quería que fuese algo heredable: algo que quienes no lo poseen lo teman, y que no pudieran encontrarlo por casualidad en uno de sus hijos. No quería que fuese algo así como en el Dragon Age, que todos los magos queden recluidos por miedo en una torre.
Pero tampoco quería que los magos quedaran estigmatizados allá donde fueran. Por eso debían estar encerrados en su propio Reino. Mi primera idea era la de crear un desierto que rodeara sus tierras: pero las calamidades del clima no eran gran problema para alguien capaz de aislar las variables del tiempo creando su propio escudo de hielo o de fuego. Es más, pensaba que estando bien controlado, podrían mantener su temperatura corporal como algo del inconsciente.
La segunda opción era convertir todo el reino de los magos en un desierto, que fue la que se quedó. Sin embargo, eso no justificaba por qué los magos no se irían a otras tierras. Tuve que crear otra serie de circunstancias (que desarrollo más adelante en el libro) para impedir que se desperdigaran por todas partes del mundo.
De hecho, los Inquisidores, en un primer momento, tenían como función la de perseguir a aquellos que se escaparan del reino, a la vez de perseguir a los herejes. Pero entendí que si alguien decidía huir, sería imposible seguirlo en la vastedad de un mundo. Así que expandí aún más esas prohibiciones, y formas de regularlas.
Por último, y ya no referido a los magos, a diferencia de otros libros de fantasía, no quiero que los humanos ocupen el lugar central del libro. Quiero arriesgarme a que alguien que no “debería” pensar de la misma forma en la que nosotros la hacemos sea el verdadero protagonista, y que los humanos no sean la “especie a salvar”, por decirlo de alguna forma. Esta vez, me temo, no seremos el centro del universo.