Vivimos en un mundo en exceso politizado. Soy joven, y quizás por eso me parece que últimamente el mundo se está radicalizando, cuando ha sido así desde que los mares son mares. Quizás es eso, o quizás es solo la realidad de España. No lo sé, y sinceramente, no es en lo que quiero centrarme ahora mismo.
Tampoco voy a dar una opinión política en particular. Supongo que en otras circunstancias mi opinión podrá saberse, pero no va a ser en este blog, al menos.
Voy a hablar, sobre todo, de la propaganda política, como la siento, y como creo que debe contemplarse.
En primer lugar, hay demasiada. La mayoría de Internet contiene, de forma directa o indirecta, ideas políticas de un bando o de otro, como si eso fuera lo único realmente importante. Y me sorprende, en verdad, la forma en la que se plantea. Quizás si la propaganda fuera directa, sobre puntos a favor o en contra de una determinada idea, no la consideraría tan invasiva. Quizás sería monótona.
Pero, y al menos desde que estos temas irrumpieron en mi vida, la considero feroz, agresiva, ruin, mordaz, y, en muchos casos, ofensiva. Hace demasiado tiempo que parece que lo importante no es ni siquiera aportar ideas, sino desprestigiar las ajenas. Parece que el argumento importante es “Y tú más”. Parece que lo que importa es la radicalización sin sentido, la supremacía de las opiniones, y la negación de los errores propios.
No sé cuánto tiempo lleva esto siendo así, desde luego. Y como he dicho, no es lo importante. Porque somos los que ahora lo estamos viviendo los que debemos denunciarlo. En vez de respaldar el apoyo a uno u otro bando en materias de humor, en vez de omitir los detalles que nos quitarían nuestro apoyo, o de decir los cuatro eslóganes acertados que parecen inclinar la balanza a un lado, deberíamos reflexionar sobre lo que de verdad nos interesa.
Quiero terminar esta entrada con una petición a la calma: vamos a no convertir en mártires a los que son atacados ni en héroes a los que atacan. Vamos a enfriar nuestra mente, por un segundo, y a razonar lo que de verdad pensamos que es lo correcto. Y, cuando lo encontremos, debatámoslo en los foros apropiados.
O al final, como dijo Göbbels, “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Y no nos equivoquemos: nuestra opinión, aun secundada por el la totalidad del planeta, puede ser una opinión errónea.