El Preso – Batalla de Promoción

Era un día soleado, como casi todos los días en Van’Thur. De hecho, para un campesino, para un gobernante o para un forjador de vidrio aquel hubiera sido un día más en el gobernante. Pero para un joven de trece años, aquel día era un día decisivo. Aquel día combatiría en la Arena para lograr el ansiado puesto de capitán que llevaba persiguiendo dos años.

Capitán no era el mayor rango que se podía obtener en la Arena. El mayor era Caudillo. Pero el muchacho no quería esa responsabilidad. Él quería permanecer bajo las órdenes de un caudillo que respetaba desde el mismo momento en el que habló con ella. Él solo deseaba formar parte de las batallas grupales al lado de su hermana. Pero para conseguirlo, debía vencer en aquel combate.

Como en todas las batallas de ascensión, el escenario sería injusto para él. Probablemente se enfrentara a un capitán y dos gladiadores al mismo tiempo. Pero también era cierto que no necesitaba que el combate terminara con una apabullante victoria por su parte. Como le había aconsejado su instructor hacía tiempo, lo único que necesitaba era dar espectáculo.

La Arena, el enorme edificio de madera y piedra, estaba abarrotada ese día, como cualquier día en el que el muchacho competía. La multitud lo incomodaba, porque suponía que un fracaso sería observado por muchos espectadores distintos. Pero, por otra parte, ya se había acostumbrado a la presión que suponía. Llevaba más de dos años combatiendo en la Arena. Estaba preparado para los días como aquel.

Un mago regordete, con una larga cabellera recogida en una coleta, y vistiendo una túnica dorada, se acercó al muchacho, que miraba desde la zona de descanso el combate previo al suyo.

-No estés nervioso –le indicó al muchacho.

-No estoy nervioso, Jiateng –respondió él.- No más que en cualquier otro combate. Es solo que esperaba que Váinu me diera unos consejos previos.

-Eso es estar nervioso –le respondió con una sonrisa.- Tú solamente no te contengas. Podrías llegar a caudillo si quisieras.

El joven le respondió con una sonrisa alegre. Las palabras de Jiateng eran sinceras, y él lo sabía. Aunque muchas veces su confianza flaqueara, se tenía a sí mismo en buena estima, y sabía perfectamente que su capacidad era comparable a la de los mejores de la Arena. Él incluso pensaba que, si nadie conocía su habilidad, podría batir a cualquier mago con el que se enfrentara. Pero esos pensamientos le sobrevenían porque aún era joven, y no conocía todos los sabores de la derrota.

El combate previo finalizó con un estruendoso aplauso, y el muchacho se preguntó si realmente era merecedor de aquello. En su juvenil mente, pensó que probablemente se debiera a la expectación que generaba, normalmente, un combate por el ascenso. Y, especialmente, un combate suyo.

Los dos combatientes llegaron a la zona de descanso y saludaron al muchacho con una sonrisa. Él devolvió los saludos educadamente, y aconsejó a los dos combatientes sobre lo que podrían mejorar en el combate. Pero en mitad de la explicación, el locutor que anunciaba los combates comenzó a hablar para indicar que se acercaba un nuevo combate de ascenso.

El muchacho se disculpó y se colocó en el borde de la Arena. Esperando que su nombre fuera mencionado.

-¡Y el combate de promoción de hoy, no es nada más y nada menos que el de una de nuestras más preciadas estrellas! ¡El Destello Blanco! ¡Jael Delavon!

Haciendo honor a su apodo, se desplazó a una velocidad que el ojo no podía captar, y se colocó en su posición inicial con una abrumadora precisión, teniendo en cuenta lo rápido que había llegado hasta ahí. Su túnica blanca hacía juego con su pelo blanco, que se ondeaba por efecto del viento que había provocado su rápido movimiento.

-¡Aspira a convertirse en capitán del equipo de la caudillo Íone!

Jael se quedó de piedra. No era ese el equipo del que quería formar parte. Quería ir con Eraina. Pensó en protestar, pero supuso que era demasiado tarde. De todas formas, Íone era una buena amiga, y la chica con quien entrenaba regularmente. No le molestaba demasiado acabar peleando a su lado. De hecho, probablemente se compenetrara mejor con ella que con su hermana.

-Y… frente a él, se encuentra uno de los capitanes del equipo de Ethelos, junto con dos de sus gladiadores. ¿Podrá Jael hacerle frente a estos ingeniosos púgiles? ¿O será derrotado sin conseguir sus metas? ¡Veámoslo! ¡Que empiece el combate!

Todo sucedió instantáneamente, y nadie podría decir que sucedió primero. El suelo se inundó, y de él se alzaron tres pilares de hielo sobre los que se alzaban los tres miembros contra los que se enfrentaba Jael. Por otra parte, el muchacho se había colocado justo detrás del capitán, aunque los cambios en el terreno habían provocado que llegara desestabilizado.

El muchacho intuyó un ataque del que había escogido como presa, y no tuvo más remedio que saltar. Pero la posición que había seleccionado estaba inundada por agua. No había tenido tiempo de ver cómo habían inutilizado su capacidad de desplazamiento.

Si cualquier rastro de magia llegaba a tocar la túnica de Jael, con la excepción de los pies y las manos, habría perdido. Luego, el agua a la altura de las rodillas que cubría la totalidad de la Arena impediría que Jael pudiera realizar sus rápidos movimientos.

Aprovechó al máximo sus reflejos y creó una pequeña barrera de hielo en sus pies. Pero dos bolas de fuego de un tamaño considerable aparecieron a ambos flancos. Dado que no podía moverse, solo pudo protegerse del ataque con un escudo que cubriera también la delicada plataforma de hielo sobre la que se encontraba.

En ese momento, el hielo comenzó a derretirse, y Jael sintió que quizás no pudiera ganar ese combate. Pero si perdía de una forma tan estrepitosa, sus contrincantes sabrían cómo reaccionar a partir de ese momento, y perdería la considerable ventaja que le otorgaban sus rápidos desplazamientos.

Al ver cómo el hielo se fundía bajo sus pies una idea cruzó su mente. Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para mantener el escudo mientras soportaba el calor abrasador del fuego, y consiguió sostenerlo mientras centraba su atención en los pilares de hielo sobre los que reposaban sus enemigos.

Nada pareció moverse durante diez segundos. Pero el capitán del equipo enemigo comenzaba a acumular una peligrosa cantidad de hielo sobre la cabeza de Jael, que no se percataba de ese hecho.

El bloque de hielo comenzó a caer, y Jael saltó de su pilar en la única dirección posible, hacia atrás. Pero sus oponentes habían previsto eso, y varias bolas de fuego se apresuraron a cortarle el paso. En ese momento, el capitán del equipo se quedó paralizado, y Jael brilló de color rojo carmesí.

Esa era la señal de que había conseguido su objetivo. Había derrotado al primero de sus oponentes. El pilar de hielo sobre el que se apoyaba desapareció como si nunca hubiese existido, y comenzó una caída al vació.

Jael chistó. No había pensado en eso. Haciendo de nuevo acopio de toda su voluntad y de su capacidad mágica, aprovechó para intentar realizar una hazaña que no había probado hasta el momento.

Reforzó el soporte sobre el que se apoyaba e intentó desplazarse hacia un punto en el aire. Al mismo tiempo, se concentró y crear un chorro ascendente de agua que amortiguara la caída de su oponente.

Pero el desplazamiento no salió como se esperaba. Apareció a unos centímetros sobre el nivel del agua, y tuvo que improvisar un soporte de hielo, que no fue suficiente para mantenerlo en el borde.

Aprovechándose de un ejercicio que había practicado durante su primera semana en Van’Thur, creó una fina película de hielo desde sus pies, lo justo como para que el agua en la que pisara se convirtiera en un lago congelado. Pero aquella era una situación precaria. Sus oponentes eran los que controlaban el agua. Ante un escudo tan débil como aquel, sería fácil sorprenderle desde debajo.

Una luz cegadora provino desde debajo del agua, y Jael saltó hacia un pilar de hielo algo más sólido que creaba en ese mismo momento. Mientras estaba en el aire, un relámpago surgió desde la mano de su oponente de la izquierda. Mientras se protegía del impacto, el último pilar de hielo que había creado comenzó a quebrarse.

Estaban utilizando el mismo truco que había creado para derrotar al capitán. Estaban fundiendo el interior de su columna para que los vapores, producto de la magia, tocaran su túnica y lo declararan como perdedor.

Sin poder desplazarse, y sintiendo que sus escasas reservas mágicas llegaban a su límite, Jael se centró en crear un escudo que desviara la mayor parte de los ataques, sin centrarse en detenerlos. Lo cual era una apuesta arriesgada frente a oponentes del nivel de sus contrincantes.

Los movimientos respiratorios de Jael se volvieron rígidos y forzados. Inspiraciones y espiraciones largas y lentas. Como si pretendiera así detener el tiempo a su alrededor. Mientras tanto, el vapor a presión golpeaba el escudo que había creado en su parte inferior.

En un instante, la Arena se tornó negra como la noche más profunda. Una sombra apareció al lado de uno de los oponentes, y se defendió con un relámpago de gran violencia. Si hubiera habido alguien allí, desde luego que no hubiera podido detenerlo. Pero allí no había nadie, solo una sombra.

Pero eso era todo lo que el muchacho de pelo blanco necesitaba. Lanzó dos pequeños cubos de hielo sobre el agua cercana a sus contrincantes y esperó un segundo ataque similar. Además de las bolas de fuego que rápidamente atacaron los puntos a los que Jael había atacado, apareció una potente luz, que disipó la oscuridad.

Para sorpresa de los espectadores, Jael había desaparecido. Debía de seguir en la Arena, porque sus rivales no brillaban con el carmesí de la victoria. Pero no estaba en ningún lugar. El desconcierto se hizo presa de la multitud, incluidos del capitán, que ya se encontraba en la zona de descanso, y de los dos gladiadores, que buscaban sin parar al púgil de cabello blanco.

Pasaron diez segundos, y nada parecía cambiar en la Arena. Poco a poco, el nivel del agua comenzó a disminuir, con la esperanza de encontrar al mago de pelo blanco oculto bajo ella. Si hubieran mantenido la calma, sabrían que, de ser así, lo hubieran sentido a través de su magia.

Pero eso era todo lo que Jael necesitaba.

En un instante, el pilar de hielo que hasta ese momento había sido su soporte se quebró en mil pedazos. El sonido llamó la atención de todo el mundo, pero solo unos pocos pudieron distinguir la estela blanca que salía desde su interior y se colocaba en la espalda de uno de sus rivales.

Los innumerables ataques que habían lanzado hacia donde se encontraba el pilar se detuvieron en un instante. Jael volvía a brillar de rojo carmesí.

Sin perder un instante, se desplazó a la espalda del oponente restante, y creó una cegadora luz en sus ojos. Jael sabía que el tiempo que había tardado en llegar con el pequeño retraso que suponía haber brillado de rojo, habían sido tiempo suficiente como para que creara un escudo inexpugnable con la poca magia que le quedaba.

Pero eso no le importó.

Con un espectacular efecto de llamas, su puño atravesó la invisible barrera de su oponente que se astilló en varios pedazos, que brillaron bajo el fuego del brazo de Jael. Finalmente, el brazo golpeó en la túnica de su rival, y Jael brilló por tercera vez de color carmesí.

Cuando el combate finalizó, Jael perdió levemente el equilibrio. Las personas cercanas a él sabían lo que aquel gesto significaba, pero nadie movió un dedo. Él, por sus propios medios, se inclinó ante la ovación del público, y caminó hacia la zona de descanso.

Íone lo esperaba allí, pero Jael no reparó en su presencia hasta que prácticamente chocó con ella. Las manos estaban sudorosas, y la cara, blanca como su cabello.

-Has vuelto a agotar tu magia, ¿verdad? –La voz de Íone entremezclaba un leve enfado y un toque de ternura.

-No me esperaba que fueran a impedirme los desplazamientos así. Parece que a partir de ahora tendré que andarme con ojos.

-Ahora estás bajo mi mando –respondió ella con cierto orgullo. Los ojos verdes se clavaron en los de Jael, y no pudo evitar sonreír.

-Si no te molesta que me siente… sabes que no me suelo encontrar muy bien después de agotar la magia.

-Claro –Íone lo miró con una sonrisa, que resaltó mucho más la ternura. Jael desvió la mirada, tímido.- Pero que me digas que te sienta mal perder la magia cuando la mayoría no podría moverse durante dos días, es algo casi insultante.

-Es que… -Jael intentó pensar algo para excusarse, pero no le venía nada a su mente.

-Está bien –Íone se sentó a su lado.- Pero no puedes estar aquí mucho tiempo. Ahora empieza la ronda de felicitaciones.

-Solo de pensarlo me dan ganas de desplazarme a las Dependencias.

-¡Ay!, si tan solo tuvieras un poco de magia para hacer eso.

Los dos se miraron y rieron de la forma que solo la juventud puede hacerlo